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Hacia un nuevo orden

Por Humberto Silva Torres

Si algo nos dejó la pasada elección es la posibilidad de que el cambio trascienda en todas las direcciones y niveles de la sociedad mexicana; es decir, que el factor de oportunidad discurra más allá del relevo administrativo de los poderes e impacte verdaderamente en todos los componentes del Estado.

La copiosa votación y las consecuencias de una voluntad popular sin precedentes ha obligado a todos los actores de la vida pública nacional a replantearse el papel de las organizaciones que representan y por supuesto que en ese ejercicio cabe el riguroso cuestionamiento sobre la utilidad que brindan a la sociedad, un asunto que hasta antes del 1 de julio significó un propósito abandonado por décadas.

La renovación como común denominador ha dado pie a que las fuerzas políticas del país inicien sus respectivos procesos de autocrítica y reflexión, más como un recurso de supervivencia que motivado por verdaderas razones de sensibilidad. El caso es que la coyuntura los ha llevado hacia esa instancia y todos en mayor o menor proporción tienen el compromiso de ofrecer certidumbre de progreso e inclusión universal a sus seguidores.

La posibilidad de cambio y su incidencia en el entorno no se limita al triunfo de un candidato en específico como tampoco al papel preponderante de una nueva fuerza partidista. La rebeldía hacia el régimen plutocrático es un fenómeno que crece de manera exponencial en todo el mundo no sólo para equilibrar la geografía política o restablecer el principio de lo humano sobre lo material, sino para dar soporte a una transformación mayúscula de la cultura humana que adapte a la visión contemporánea las corrientes filosóficas, los modelos de la economía y las concepciones religiosas de todo tipo. El mundo avanza con celeridad hacia un nuevo orden en donde la evolución integral de la civilización puede llegar a ser menos gradual que en otras épocas.

En nuestro país la conmoción electoral cimbró por completo al sistema político con todo lo que ello representa: lo bueno y lo malo, lo vigente y lo putrefacto. No es casual que los partidos menos favorecidos por la voluntad popular sean los más urgidos a iniciar cambios profundos en sus estructuras. Tanto como lo requiera el contexto brotarán corrientes para lanzar llamados a la refundación de sus instituciones por las vías pacíficas o del conflicto. Hay también quienes desde una perspectiva tradicional sugerirán métodos más sencillos -pero igualmente drásticos - como retornar al origen estatutario en donde están plasmados nada más ni nada menos que los principios ideológicos que dotaron de historia y sentido a cada organización.

Por obvias razones el PAN y el PRI son los partidos que enfrentan la mayor crisis del momento. Hoy es un asunto representatividad, mañana podría ser de financiamiento o incluso de cuestiones tan penosas como el propio registro, sin descartar el llamado ante la justicia por parte de algunos de sus miembros más prominentes. Renovarse o morir es el dilema. Pero ante todos los escenarios posibles, el reto inmediato para el Revolucionario Institucional -por ejemplo- es recuperar la confianza en un país donde la historia nos indica que la fe representa uno de los elementos más importantes para lograr la cohesión social. Menuda tarea.

Como varios lo han definido en diversos momentos, el PRI es un partido nacido en el poder y creado para administrar la riqueza que de ahí se genera. Bajo esa premisa resulta coherente pensar que la lucha por el control de la cúpula no es un tema menor como se podría suponer. El vasto padrón de militantes aún tiene inscrito a buena parte de hombres y mujeres que al paso de sus encargos públicos consiguieron acumular enormes capitales, mismos que les han permitido ejercer notable influencia en las decisiones más relevantes del país y de los estados. No es pues, un asunto cuya resolución se pueda basar exclusivamente en la voluntad de trabajo, el aporte de ideas y la proclama de los buenos principios.

El PAN comparte muchas similitudes de crisis, aunque presenta un agravante adicional: las diferencias insuperables entre sus miembros han llevado al desgajamiento de su organización. Tan sólo en las pasadas elecciones un reconocido sector manifestó abiertas simpatías al candidato de su otrora partido antagónico. Unidos por la formación neoliberal, las alianzas de facto entre los grupos de ambas instituciones (PAN y PRI) podrían materializarse en una sola fuerza que encabece la resistencia de la oligarquía.

En este breve recuento MORENA no escapa al reclamo social. Su situación es tan compleja como su abrumadora irrupción en el escenario político y su desafío tan grande como la preferencia depositada en las urnas. Sus integrantes, que serán en buena medida los nuevos responsables de las oficinas de gobierno, tendrán la difícil tarea de legitimar la “confianza” ciudadana en medio de un ejercicio público que se vislumbra con altos niveles de desgaste. Nunca como ahora los destinos de un partido estarán supeditados a los resultados del gobierno en turno. Y esta vez como siempre, la sociedad demandará la caída de cualquier partido que intente encarnarse al poder.

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